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Las rabietas, un camino hacia la autonomía

Son uno de los trances que más nos descolocan: escenas explosivas de rabia o de disgusto, con llantos, gritos y movimiento descontrolado. ¿Son inevitables? ¿Cómo podemos encajarlas?

Si nuestro hijo o hija no lo hecho todavía, seguramente hemos visto alguna vez un niño o una niña en plena rabieta, quizá de manera ostentosa, en un supermercado, en la calle o en casa. Bien porque el niño quiere, bien porque no quiere algo, en pocos minutos aquel niño que parecía contento o simplemente tranquilo, de repente chilla, llora y parece que no puede contener su rabia. Las rabietas no sólo existen, sino que son habituales en niños de entre un año y medio y tres años, aproximadamente.

Alrededor de los dos años, el niño se encuentra en una etapa de desarrollo en que ya no es aquel bebé que necesita permanentemente la figura de vínculo, pero tampoco es lo suficientemente autónomo ni independiente para poder gestionar sólo sus sentimientos y sus acciones. Por eso debe empezar a diferenciarse del adulto, y al mismo tiempo todavía lo necesita como fuente de afecto y de contención. A menudo, esto le genera tensiones emocionales y conflictos en la relación con el adulto, y lo puede verter a la explosión de una rabieta.

Otra característica de esta edad es el famoso “no” de los dos años. ¿Por qué dicen que no a todo lo que se les propone o se les pregunta? Sencillamente porque están diciendo: “yo no soy tú, yo soy yo“. Todavía no saben quiénes son, pero ya saben quiénes no son. No desafían al adulto, sino que se auto- afirman. Si ante este ensayo repetido de afirmación los adultos reaccionamos como si se tratara de una confrontación o de un ataque personal, el niño fácilmente sentirá desconcierto y tensión entre su necesidad interna y la reacción que ésta provoca.

El disgusto y la rabia son muy vistosos, pero esconden una demanda de ayuda del niño. Cuanto más sentida es la rabieta, más necesidad tiene de contención y de afecto.

Las vivencias internas

Cuando hablamos de vivencias internas, nos estamos refiriendo a las emociones y sentimientos que el niño o la niña viven. Son la acumulación de experiencias, con todos los efectos emocionales que producen, que van interiorizando, resultado de la manera de estar, de percibir y de relacionarse con el mundo. En la medida en que están aprendiendo a gestionarlas, conviven también con actitudes poco controladas. Detrás de una agresión está la emoción de la ira, y, probablemente, el enfado y la tristeza. Darles palabras y recursos para descubrir estas emociones escondidas detrás de una actitud, mostrarles modelos de gestión, acompañarlos y contenerlos mientras aprenden a autorregularse, es nuestra tarea como adultos.

Los primeros años de vida de un niño son fundamentales para establecer vínculos afectivos seguros con los adultos de referencia. Este modelo de vínculo se consigue cuando el adulto responde a las necesidades básicas del bebé, tanto las físicas (hambre,  cambio de pañal, sueño…), como las afectivas (contacto, brazos, comunicación permanente…). Es importante comprender que este vínculo seguro, establecido con padre y madre, ayudará al niño a sentirse reconocido, a saber que puede contar con un adulto amoroso a su lado, que lo acompaña mientras crece. Este mensaje que el niño integra será imprescindible para poder, más adelante, autorregularse él solo, por ejemplo, ante un malestar creciente que, tiempo atrás, haría estallar una rabieta.

Entre los 18 y los 30 meses puede parecer que las pautas que damos a los niños no tienen ningún efecto, porque deben repetirse muchísimas veces. En buena parte es así, porque cada vez que repite la acción ante la cual el adulto se puede enfadar o decirle que no, él está aprendiendo una cosa nueva y diferente de la aprendida en la situación anterior: el tono de voz del adulto, la cara que hace, qué límite de paciencia tiene, qué reacción tendrá… Esta secuencia, aunque nos lo parezca, no busca ningún aprendendizaje de manera consciente, pero lo obtiene, y lo necesita para crecer.

A partir de los 3 o 4 años, los niños empiezan a integrar las consignas que les damos, y además buscan la aprobación del adulto, porque ya no perciben el mundo desde de una visión absolutamente centrada en sí mismos. Esta evolución suele llevar una convivencia familiar más pacífica.

Detrás de las rabietas

Cuando los episodios de rabietas y lo que podemos considerar mal comportamiento son frecuentes, y muy desgastadores, podemos optar por una reacción basada en el castigo como consecuencia y la recompensa como estímulo. Pero este tipo de gestión no nos permite ver las causas de estos comportamentos, las emociones que han activado las rabietas. A menudo, el disgusto y la rabia son muy vistosos, pero esconden una demanda de ayuda real por parte del niño, y le hace falta contar con adultos conscientes y afectivos que le hagan lado para liberar la emoción. Cuanto más sentida es la rabieta, más necesidad tiene el niño de contención y de afecto.

Por lo tanto, la clave no se encuentra en el acto en sí mismo sino en aquello que ha movido al niño o a la niña a actuar de esa manera. Es importante que los adultos lo podamos aceptar, y que evitemos el juicio y la etiqueta sobre el niño. Tenemos que hacerle saber que podemos comprender cómo se está sientiedo, y que nuestro afecto no está en juego, ni antes ni después del episodio. No entramos a valorar la acción que ha hecho si no es que puede hacer daño a alguien o a él mismo, pero podemos poner las palabras que la ayuden a identificarla.

Estás muy cansado“, “Esto se te hace demasiado largo“, “Tú querías aquello y no te lo he comprado”… Si ha podido hacer daño a otro o a él mismo, será necesario que lo contengamos primero (por ejemplo, con una abrazo), y cuando esté calmado, le explicamos qué es lo que no nos gusta y por qué. La validación de los sentimientos del niño, sin juicios ni interpretaciones, es un voto de confianza, amor y respeto, y es la mejor ayuda que le podemos dar para crecer emocionalmente saludable.

Una buena manera de prevenir las rabietas es evitar situaciones estresantes o sobreestimulantes para los niños.

Un buen acompañamiento de las rabietas, para que el niño camine conseguridad hacia su autonomia. Tenemos que confiar en este hecho, más que dejarnos llevar por la idea de que el niño nos manipula; habitualmente, detrás de una rabieta está malestar y dolor, más que nada no hay deseo de dominación o capricho.

Más allá de los límites

Partiendo de este respeto, no podemos olvidar que también necesitan límites. Lo necesitan para crecer y es también tarea de el adulto procurar. Pero han de ser límites coherentes, límites que el niño pueda entender y integrar. Por ejemplo, un niño puede expresar su ira (cada familia decidirá cuál es su límite familiar para hacerlo: se puede chillar, tirar almohadas, saltar….), pero si esta expresión de la ira es perjudicial para él o para el a alguna otra persona, el adulto ha actuar conteniéndolo, poniéndolo palabras, “las emociones se pueden expresar pero no podemos hacer daño“, y con afecto, esperar que la explosión se detenga. Con acción, el niño recibirá un mensaje de amorosidad, y de conciencia de que sus padres estarán a su lado cuando él solo no pueda contenerse. Según R. Jové, hay tres conceptos que inciden en los límites que señalamos.

Los valores: son los que el núcleo familiar, escolar o cultural considera propios, de su esencia ética y moral (ecología, respeto, no violencia…).

Las normas: parten de los valores y son acuerdos que rigen la convivencia de la familia (en casa no nos pegamos, en casa reciclamos, en casa nos organizamos así…).

Los modelos: son fundamentales para que el niño pueda integrar los valores y normas; sabemos que aprenden por imitación y, por lo tanto, integrarán lo que vean, muy más que lo que les digamos

¿Cómo lo vivimos los adultos?

La rabieta, pues, es la consecuencia visible (y ostentosa) de una frustración. Pero por qué, más allá de ser difícil gestionar, ¿nos puede hacer perder los nervios? ¿Hasta qué punto puede mejorar o empeorar según nuestra reacción?

De entrada es importante que podamos desacomplejarnos: todo el que ha vivido alguna situación de este tipo se puede haber sentido violentado, fuera de control y sin recursos. Pero los niños, más a menudo de lo que creemos, son como espejos para los adultos, y especialmente para los padres; y nuestras vulnerabilidades probablemente saldrán a la luz con intensidad delante de ciertas actitudes y vivencias con los hijos, como puede ser la inseguridad o necesidad de control. Cuando no distinguimos nuestras propias “áreas sensibles”, activadas con el comportamiento de nuestro hijo, y nos enfadamos desmesuradamente o perdemos los nervios, estamos abocados a acabar gestionando dos rabietas: la del hijo y la propia. Por el contrario, la ira positiva es la que nos puede ayudar a detectar que una situación o actitud nos están afectando y molestando, pero también a es aquella que podemos autogestionar para producir un cambio, y eso es lo que estaremos mostrando en los nuestros hijos: un modelo maduro y coherente de la gestión de las emociones. Saber que un hijo hace de espejo a sus padres sobre algunas vivencias no resueltas, puede ayudarles a poner conciencia y a trabajarlas, y hacerlo responsable facilitará el acompañamiento a los hijos en su crecimiento.

Es importante que los adultos evitamos el juicio y la etiqueta sobre el niño; hacerle saber que nuestro afecto no está en juego, ni antes ni después del episodio.

¿Cuál es nuestro papel?

Por todo lo que hemos visto hasta aquí, sabemos que las rebeldías vienen dadas por un conflicto emocional del niño, y en la medida que pueda liberar las emociones contando con contención y acogimiento, la se irá desvaneciendo. Por tanto, más que intentar reconducirlas o suprimirlas (que puede generar el efecto contrario al deseado), es necesario que encontramos nuestra propia capacidad para ofrecer tiempo, contención, afecto y límites seguros mientras dura la explosión emocional. Hasta los 3 o 4 años, como hemos comentado, el niño se encuentra en una fase de autoafirmación y de integración, y todavía no puede prever ciertas consecuencias derivadas de sus actitudes. Por lo tanto, una buena manera de prevenir las rebeldías es evitar situaciones estresantes o que pueden producir frustración. Si sabemos que ir al colegio, supermercado y hacer una larga compra con tentaciones, con ruido y con colas de espera es una situación que sobreestimula a nuestro hijo, podemos evitar hacer la compra juntos, o hacerla más reducida, o pactar alguna otra actividad que encuentre interesante por más tarde, o inventar una manera de colaborar en la compra, o podemos estar dispuestos a improvisar y acabar la compra cuando intuimos que el cansancio y el malestar ya amenazan con un desbordamiento.

Si observamos con atención, descubriremos en los niños una capacidad innata para aprender, crecer, gestionarse, estimar. ¡Dejémoslos, pues, ser niños cuando les toca, y no les hará falta serlo cuando ya no sea el momento!

La psicóloga Rosa Jové propone una pauta (a partir de los 3 años) de facilitación de conflicto, en el que ofrecemos dos variantes de lo que pedimos al niño, le damos la posibilidad de decidir y no lesionamos ni el respeto que nos tenemos ni nuestra necesidad adulta.

Martí tiene tres años y medio, está jugando y no tiene ninguna intención de bañarse como su madre le pide. Ella insiste en ello y él vuelve a negarse. Más insistencia puede acabar en una rabieta. Entonces, la madre empieza para validar la actitud del hijo: “Martí, entiendo que no te quieras ir a bañar, porque te lo estás pasando muy bien con este juego y no debes querer parar”. En segundo lugar, explica brevemente y con claridad lo que quiere: “pero estás muy sucio, quiero que te bañes antes de ir a dormir”. En tercer lugar, dos opciones para llegar: “¿Qué prefieres, jugar cinco minutos más y luego vamos a bañarnos o hacemos un baño muy rápido y después juegas un rato más?”.

Esta pregunta necesita un tiempo para llegar y para ser efectiva. Es probable que entonces, pasados unos minutos, el niño escoja una de las dos opciones (¡Y la madre garantice que se lleva a cabo lo que tenían que hacer!).

Para saber un poco más…

Jové, Rosa. Ni rabietas ni conflictos.
La esfera de los libros. Solter, Aletha.
Mi niño lo entiende todo. Medici. Samalin, Nancy.
Los conflictos cotidianos con los niños. Medici. Juul, Jesper.
Su hijo, una persona competente. Herder.

Texto: (28 de marzo de 2018) NÚRIA ALSINA PUNSOLA.
Doula, maestra de educación infantil, especialista en primera infancia y crianza, educadora de masaje infantil y de reflexología podal infantil y asesora de portabebés.
www.espaimimam.com (nuria@espaimimam.com)

 

Les rebequeries, un camí cap a l’autonomia
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Les rebequeries, un camí cap a l’autonomia

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